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Mi corazón cortado en quatro está -dicen- sepeliado en las quatro troneras de un billar robado. El que ahora llevo puesto se lo compré a una encorazonadora que tenía corazonería de viejo en un paisaje terraja, y vendía corazoncitos tristeros de baraja francesa y de conejo, de tatuaje de marinero con pereza, de rima de canción de cuna y de alcaucil. A mi, me puso uno que es de vista y no lastima, recortado del mandil de un bandoneonista; y con agujita de estaño y un hilo de humo castaño, me lo bordó sobre el vientre. Dijo que eso era lo que convenía para quien, como yo, soy una sombra María, y ya por sombra -solo sombra- seré sombra y seré virgen para siempre.
Lo dijo mientras cosía
y ya me lo acuerdo mal!
Horacio Ferrer
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